miércoles, 20 de febrero de 2008

Manifiesto: En defensa de la pereza (1)

Como todavía nadie me ha contestado por qué la pereza es un pecado capital, de esos que te llevan de cabeza al infierno, a compartir la eternidad junto con los masacradores de niños, los destructores del planeta, los torturadores (profesionales y amateurs, físicos, psicológicos y mixtos), los abusones de todo pelaje (desde el señor de la guerra y el dictador al matón de patio de escuela), los estafadores de ancianos, los maltratadores de animalitos indefensos, los envenenadores de mentes, los asesinos de la inocencia, los crispadores y siembratempestades, y un sinfín de arquetipos-personajes siniestros que ahora no me vienen a la memoria, pero que igualmente pueden ser ejemplo de gran diligencia y entrega a sus horrendas acciones, verdaderas hormiguitas del odio y el abuso, me dispongo en estas páginas a elaborar un manifiesto a favor de la pereza, esa gran incomprendida y nunca confesada compañera nuestra. Que no estoy sola en esto, lo sé.

Aparte de los consabidos pecados de omisión, que a veces tienen más tela que los de palabra, obra o comisión –sea esta fraudulenta o no, ahí lo dejo: cógelo, Cuco-, como puede ser negar auxilio a quien lo precisa (eso está incluso penado), cerrar los ojos ante el sufrimiento ajeno (por quién doblan las campanas et caetera), mirar para otro lado ante la injusticia, y otras omisiones semejantes, la pereza, per se, no debería ser un pecado, pues era el estado natural del hombre antes de la expulsión fulminante del paraíso; y el trabajo, al fin y al cabo, no es más que un castigo bíblico (para las mujeres, además, parir sin epidural). Vamos, que si la humanidad pecó fue de puro aburrimiento, todo el día tocándose las narices en el Edén, y para una iniciativa que tiene el género humano (a ver, esta manzanita), van y lo desgracian. A Eva hoy le hubieran dado una ayuda del Ministerio de Industria para jóvenes emprendedoras, como poco.

(Continuará)

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